Ruta realizada el Martes 21/06/2005
Participantes: Félix, Pepe
Reproductor audio crónica:
Como ya tenemos los bocatas comprados y sabemos que por aquí no hay ni café, compramos pan y enfilamos derechos hacia Aribe. Nos vamos fijando en cada pueblo, comprobando que está todo cerrado, no se ve ninguna actividad. Después de varios intentos es en Garaioa donde encontramos el primer bar. Es un establecimiento bien presentado, con habitaciones. Nos atiende una señora mayor que nos cuenta cosas de la zona, de la agricultura, ganado, etc. Nos hace el numerito típico de que aquí no se queda nadie, que los jóvenes de van a la ciudad. ¡Quién cuidará de estas casas cuando nosotros faltemos! En fin, lo de siempre. Toda la historia está llena de ejemplos de pueblos y ciudades abandonados, sino que se lo pregunten a los peruanos del Machu Pichu, o más cercano, a los pueblos manchegos, que no han tenido tanta suerte como éstos, ni tanta inversión.
Cuando empezamos la ruta en Aribe ya son las diez, se ve que es nuestra hora. Subimos por carretera hasta Villanueva de Aezcoa (Hiriberri en euskera). Es un tramo durito para empezar y mejor hacerlo ahora que a la vuelta.
Vamos a hacer un recorrido que nos hemos preparado directamente sobre el plano, procurando evitar los tramos que ya recorrimos el domingo en coche, sin renunciar a conocer esta parte del bosque ¡y bien que lo conoceríamos!
En el pueblo preguntamos a un viejo por el camino adecuado. También encontramos un cartelón con un croquis de la zona. Damos con la pista correcta y todo para arriba. La subida es muy dura hasta el collado de Zelane. En una de las rampas echo pie a tierra, pues tiene mucho desnivel y no apetece desgastarse tanto al principio.
Cambiamos de vertiente e iniciamos el descenso por una pista que nos lleva al mismo barranco que recorrimos el sábado, solo que por la ladera de enfrente.
En la bajada pasamos junto a varias bordas para guardar ganado y en la última muere el camino. Pasamos la valla que delimita la propiedad y entramos en un hayedo de los de cuento de hadas.
A partir de aquí la cosa se complica poco a poco. Recorremos el bosque y las áreas limítrofes despejadas, todo ello en ladera y cuajado de espinos.
Se impone una parada para comer algo de fruta y recapitular. Sobre el plano está clarísimo, hay un sendero que da la vuelta a la loma y desemboca en pista ancha. Sobre le terreno ya es otra cosa.
Subimos y bajamos varias veces los espinos, con y sin la bici a cuestas. Cada uno de los intentos va dejando rastro en nuestras piernas. En una de las subidas sin bici llegamos a descubrir restos de lo que podría ser un sendero, o quizá una senda de jabalíes. Nueva bajada, esta vez con los pinchos de brezo a la altura de los tobillos. Atravesamos un campo de flores, que también resultan ser matas espinosas y nos hacemos de nuevo el ascenso por la pared, pero con la bici a cuestas.
Conseguimos doblar la loma de Tres Mugas y perder el sendero de nuevo, pero en una situación todavía un poco más complicada que la anterior. Vamos perdiendo altura y nos internamos en un bosque de hayas muy oscuro, con el suelo cubierto por una densa capa de hojas que no ha debido hoyar nadie durante mucho tiempo. En uno de los puntos, la inclinación es tal que no puede bajarse por derecho, ni siquiera bajados de la bici, la cosa va de tirar la bici para bajar arrastrando el culo, o bien tratar de aproximarnos recorriendo la arista. Optamos por la segunda opción, aunque se da más vuelta. En nuestro recorrido espantamos a un grupo de ciervos que estaban tumbados a la fresca. Estamos abajo, en un rincón oscuro con orientación Norte donde se filtra poca luz. Los troncos están cubiertos de musgo y la sensación es sobrecogedora.
Intentamos desplazarnos en el sentido del río, que oímos mucho más abajo, al fondo de un barranco. El problema es que es doblar la primera curva del río, cambiando de orientación y el aumento de luz ha facilitado una vegetación muy densa, intrincada, que tendríamos que ir apartando con machete. La mayoría es rosal salvaje, que como es más alto nos va dejando las marcas en la parte alta de las piernas y los brazo. Ya no se trata de que “el gato es mío” lo que pasa es que además es muy nervioso y no para quieto.
¡Ahora que hacemos! Ya dudamos de que la pista del plano exista, además hemos bajado mucho, por sitios que no es fácil pensar en desandar. No sabemos si nos queda mucho o poco. En el gps vemos que el sábado estuvimos a 800mts de aquí en línea recta, pero separados por un barranco bastante profundo. ¡Es desesperante! Además no podemos culparnos el uno al otro, porque la rutita nos la hemos pintado juntos y a los dos nos pareció estupenda. Cada vez que dejamos las bicis para buscar un sendero, nos cuesta encontrarlas porque hay una vegetación muy espesa.
Nueva parada para comernos la fruta que nos queda y beber un poco más de agua. ¿Tendremos bastante?, ¿cuánto va a durar esto? Lo que está claro es que la ansiada siesta en la que pensaba Félix se aleja de nuestras posibilidades por completo.
La última parada ha sido sobre un pequeño reguero de agua, hay un barrizal removido, que debe ser donde se rebozan los gorrinos para desparasitarse. Aquí decidimos dejar las bicis y hacer un último intento en busca de la salida. Si éste no nos sale, tenemos que aprovechar las horas de luz que queden para salir por donde hemos venido, al menos hasta la pista que terminaba en la borda.
Son cerca de las 17:00 y aunque hay luz para bastante rato, no apetece pasar aquí la noche porque además hará frío. Hay que tomar decisiones ya. Félix marca un waypoint en el lugar que dejamos las bicis y nos tiramos ladera abajo, en dirección al río. Si conseguimos llegar la cauce, esperamos que al menos podamos ir por dentro del agua, llevando la bicicleta al hombro un par de kilómetros y procurando no resbalar en las piedras cubiertas de verdín. Esto permite imaginar cómo es la alternativa que hasta ahora venimos recorriendo.
Nos internamos en un bosque de árboles espinosos (creo que es espino Albar), que alterna con hayas que nacen en arbusto, con muchas varas juntas desde el suelo. Afortunadamente la altura de los espinos nos permite caminar por debajo, pues solo faltaba que nos marcásemos la cara y todos pensaran que, además de follarnos al gato, queríamos darle un morreo.
En un punto del bosque, ya próximo al agua encontramos un sendero, que después se hace más ancho, aunque difuminado. Es el resto de alguna pista de servicio o un acceso antiguo para sacar madera.
Félix dice de volver a por las bicis, pero yo quiero asegurarme de que esta vez si hay salida, así que lo recorremos entero y vamos comprobando el estado de abandono en el que está. A veces va por el río, hay árboles caídos, alguna zona en la que está totalmente cerrado de zarzas, pero sólo la sensación de comprobar que vamos por donde en algún momento hubo trazada una pista, nos da confianza.
Son pocos arañazos más los que necesitamos para llegar a la pista principal. ¡Estamos salvados! Ahora ya solo queda esfuerzo, pero sin incertidumbre. Hay que volver a subir por donde vinimos hasta el punto donde estaban las bicis. Nos ayudamos del gps para poder encontrarlas, pues no es fácil. La bici de Félix está pinchada, pero esperamos a arreglarla a un punto un poco despejado. La ida y vuelta se lleva más de una hora, la repetición del recorrido arrastrando la bici también lleva lo suyo. Tengo la sensación de haberme pinchado tres veces con cada zarza.
Hemos salido a la pista, se acabaron los problemas, ya solo quedan las cicatrices de recuerdo, la sed y las ganas de llegar. Pedaleamos suave y contínuo por pista y luego por carretera hasta llegar a Aribe.
En la gasolinera del pueblo nos tomamos unas cervezas y patatas fritas para descansar un poco y recuperar fuerzas. Nos damos cuenta de que esta historia yendo los siete juntos hubiera sido un verdadero problema. No es posible ponerse de acuerdo y moverse por un sitio así tanta gente de forma coordinada.
Bueno, vuelta al pueblo. Hemos hecho 26 kilómetros de bici y no se cuantos andando. Está claro que cada excursión necesita de su miajita de aventura intrépida, pero reconozco que se me va pasando la edad y las ganas.
Hoy nos hemos follado al gato enfadado
A la entrada al pueblo volvemos a ver desde le coche a la moza pechugona que ayer por la mañana, no puedo reprimir una exclamación con la ventanilla bajada, creo que nos han oído.
Nos cambiamos de ropa y echamos una sidra. Nos encontramos otra vez con Javier, el del caballo. Nos ha prometido que nos enviará información de su tierra, para que le visitemos el próximo año. Verdaderamente es una opción, pues queda más cerca y también tiene su encanto.
Cenamos en Escaroz y de regreso nos tomamos nuestra copa en Auñamendi. Esta noche toca gin&tonic.
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Una respuesta a “Selva de Irati: Aribe-Barranco Berrendipea-Orbaitzeta”
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Esta batallita es de las más frikis que hemos hecho y por ello, la he contado innumerables veces. Pasamos un rato malo porque las fuerzas ya iban justitas con la bici al hombro apartando vegetación. O sea, como la del jueves 15 años antes; pero mucho más tiempo triscando, con zarzas rastreras que te iban acuchillando las piernas y si cabe con más inclinación del terreno. De las que no se olvidan.